Marcelo Cohen

Se desconoce la causa de su muerte, aunque sobrellevaba una diabetes desde hacía años. Murió ...

Hay un poder que es la creación de espacios donde la convivencia y el intercambio en colectividad pueden regirse por normas que no son las del consumo, la publicidad, el dominio por la repetición y la verticalidad. Que la gente vuelva a juntarse en espacios públicos, al aire libre, para hacer cosas, para actuar, porque el sometimiento a la vida virtual es concomitante con el descuido de lo que sucede no ya fuera de los cuerpos, sino de las mentes. Un día lo invité a pasar y se sentó en un sillón, era una sala minúscula y en la pared de atrás estaba el cuadro de Ofelia muerta en un lago de Millais. Se volvió una puesta en abismo, la invención de películas de un mundo en las cuales se ponen aspectos de ese mundo en escena. Pero una de las ilusiones que tenía era regresar a ver el río, el delta. Estaba esperando que me abrieras y se acercó, me saludó y me dijo ‘hay un viento terrible, un viento de treinta kilómetros por hora’”. De todas maneras el origen fue que estaba esperando a un amigo y no sé a cuento de qué, seguramente había releído Hamlet, pensé que me gustaría escribir una novela sobre un tipo que está loco pero finge cordura y todo el mundo lo cree cuerdo. De ahí que a alguna gente le pareció atractivo y a mucha gente le pareció insoportable, quiero decir peligroso. Un día la agarró a Graciela, que todavía lo trataba antes de que se pusiera insoportable con nosotros, y le dijo ‘Cohen necesita un hijo’. Es curioso, había personas que me dijeron que adoraron a O’Jaral y a mí me parecía que no era para que te enamoraras del personaje, un tipo que hace daño por su obsesión casi psicótica. Y Fogwill, que era un lector extraordinario, que defendió el libro a mansalva, me dijo que estaba bien y habló mucho de él. En 1980 comenzó a trabajar como redactor de la revista literaria Quimera, de Barcelona.